jueves, 11 de septiembre de 2008

Los amantes del Noviciado

Os escucho a través de la ventana del bajo donde habito, bajo. A oscuras. Que si esto, que si lo otro. Puta, puta, maricón, maricón. Un ratito callados. Y entonces me da por pensar en que quizá no seáis conscientes de que vuestra historia no se muere en un metro a la redonda, vosotros, que os creéis tan pequeños, o quizá, a ratos, tan grandes. Que a veces hay alguien que recoge y procesa los residuos de vuestra lucha. Me imagino a mí mismo en aquella desquiciada carrera por el centro de Barcelona, gritando su nombre, y ahora veo a una chica joven asomada en un balcón -nunca antes había estado ahí- codificando la información mal expresada, torpemente, por el alcohol, y sacando conclusiones, erróneas, que a su vez ha ido propagando con la creencia firme de que ésta era la verdad, tan gritada, como una sentencia, un vih vehiculado en la irrefutable realidad del instinto, del coito, de los besos que se dan por miedo, de las palabras aprendidas en otras dimensiones y que siempre acaban por salir, de las camas, al fin y al cabo, todas tan parecidas. "Te quiero, por dios, no te vayas, siempre se puede empezar de nuevo". Y era mentira.

Parece que os gusta. Sí, ya sé que el bajonazo tiene que ser como mil infiernos ardiendo dentro del estómago, pero luego os besáis las lágrimas, y os largáis con el pecho a punto de explotar, de pie y casi sin tocar la tierra, a otro rincón detrás de un coche en el que os volvéis a hacer el amor con las puntas afiladas y la certeza de que todo, incluso la plenitud, tiene fecha de caducidad. La vuestra es más inminente, pero estáis preparados. Y volvéis a ejecutar el ritual, tan entrenado, de llenaros el cuerpo de caricias y promesas, que se agotan, sí, pero quién puede decir que no, quién está a salvo, quién me puede prometer, ahora mismo, que no se sentó nunca en un escalón, al abrigo de las efímeras estupideces, y no cerró los ojos. Vosotros los lleváis siempre cerrados, y así os resulta más fácil, aunque habrá momentos, no lo dudo, en los que ese silencio os coma las entrañas. Pero son formas de hacer las cosas, y quién puede juzgar, quién puede decir que lo ha hecho mejor. Yo me miro a mí mismo, mientras os entiendo desde detrás de mi ventana, y me gustaría salir un rato a charlar con vosotros para contaros que, de un modo u otro, seguiré propagando vuestro virus aunque no lo quiera, porque ya lo llevo dentro y me ha empezado a consumir. Yonkies de Madrid. Siempre peleando por un pico, siempre peleando por un beso.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si buscara entre mil libros la definición de la palabra empatía, ninguna se acercaría tanto...

elnaugrafodigital dijo...

Suelo ver bastantes en la calle Zurita, en un portal que parece el de Belén solo que simpáticos yonkarras. Qué decir de ellos? Que tienen las cosas claras.