Tenía la nariz inundada de ese sabor ácido a impacto y a sangre, el vino acabado, la ventana cerrada. Se me iban a quebrar los dientes de tanto apretarlos. Habría podido destrozar a puñetazos la habitación, arrancarme el pecho, arañarme los ojos. Pero abrí la ventana, y de nuevo esa canción acariciando los barrotes. Des nuits d'amour à plus finir, un grand bonheur qui prend sa place, les ennuis, les chagrins trépassent... Heureux, heureux à en mourir! Ya no quise volver a entrar de nuevo, salté como en aquel verano, pero no se rompieron los cristales esta vez. La luz de la farola parecía el sol recién nacido. Estaba llorando. Llorando de amor.
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2 comentarios:
Qué importan ya los cristales...Llorabas por amor y eso sí es luminoso. Tanto como el sol , que brillará para siempre cuando los dos seaís eternos.
La vie en rose. L,amour.
Cuánto te echo de menos, guapo
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