viernes, 2 de julio de 2010

Manuela. (Amores de juventud I)

Ella era una de ésas mujeres que creían ser la primera de todas las mujeres entre los pliegues de un vestido blanco de verano con motivos nuevoclásicos, siempre escudriñando de perfil con pose oblicua, y eterna, y solemne como un busto antiguo de maizena, los nombres de las calles en los cruces, sin mirar, en realidad, a ninguna parte, y abordaba las aceras, y teorizaba sobre las bocas y los chicles aplastados, y en ocasiones me miraba como el niño del sexto sentido. Se enamoraba a menudo de tipos que se llamaban Víctor, o Javier, o Erik, y normalmente se manchaba con el postre, y se reía, y se reía, y se reía de su risa, y escribía acerca de la risa que se hacía en una libretita roja, y la deslizaba, con criminal disimulo, en las mesas de las bibliotecas, en los baños de las teterías, en los bares de hombres violentos.