Para ser dadaísta, el esquiador desanudará su ombligo con la ayuda de dos arcángeles japoneses y después dejará precipitarse el calor que viene de adentro sobre una plancha de piedra negra y fría. Lo minucioso, por adjetivo, será rechazado en forma pero no en fondo y a continuación, sostenidos sobre vectores de mazapán fino, sendos corifeos hundirán sus uñas sobre la masa hueca que brota del estómago y acuñarán palabras feas y ñoñas, ufanos y uraños a un tiempo, principio y fin de un cuento llamado: "el empeño del alfeñique", y lo anunciarán tres veces tres antes de hacer plop y volver a colarse dentro. Por ser dadaísta, el esquiador fingirá estar consciente para dar apariencia de verosimilitud a los infantes convertidos ahora en ramos que seguramente se habrán quedado dormidos, a sus pies, desnudos.
El esquiador, como es dadaísta, suele masticar el cielo
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