Un esquiador dadaísta nunca montará en helicóptero. Un esquiador, si es dadaísta, no romperá el aire en círculos por considerarlo un modo inelegante de hacer escuela. Un esquiador que es dadaísta no tomará fotos del vuelo acompasado de las aves que vuelven al nido, ni dejará constancia alguna de haber llorado sentado en un banco del parque Rotschild junto a Casanueva.
El esquiador, consciente de la terquedad de los bomberos, prenderá con revistas antiguas los cigarros que fuman dos señoras de hidrógeno y alpaca frente al bar de Concepción, esquina Camborini. A continuación, el esquiador recogerá del suelo las hojas que quedaron limpias -un sindicalista con ojos muy redondos, una vedette recostada en canapé- y con ellas confeccionará un sombrero nuevo.
En puridad, un esquiador dadaíste responderá con versos enfermos a los requerimientos de sus clientes. El esquiador, nacido dadaísta, masticará las alhajas robadas con los dientes brillantes que re-escriben la Historia.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario