Un esquiador dadaísta nunca hablará en público. En su lugar, el esquiador masticará en todo momento su propia lengua y brindará sonrisas de boca llena a dos tucanes húngaros con camisa celeste de cuello blanco que aplauden pasadas las cinco de la tarde en una mesa larga donde concurren los caudillos de una corporación supranacional de coaching management. Consciente de la fragilidad del tiempo en Castilla, un esquiador dadaísta dibujará formas que aluden a la urgencia de las cosas con las migas caídas del pan y a continuación las hará resbalar por el mantel hasta depositarlas en el interior de una vieira hueca que fuma Ducados.
El esquiador, intuyéndose dadaísta, irá un momento al baño a retocarse con carmín el borde de los ojos. Al volver, si es dadaísta, un esquiador gastará unas monedas en la máquina de las frutas y alineará tres aguacates por cada proclama. El esquiador, encendido y con un sentido rítmico del desastre, accionará la palanca y a su vez una campana adornará las sentencias a medida que éstas son anunciadas desde el centro del cadalso, al tiempo que recoge las monedas y las deja caer al suelo trazando la forma de un pájaro sin pico o un torero desnudo o tal vez los labios de un alacrán fumando cigarrillos finos.
Un esquiador, por ser dadaísta, celebrará siempre el éxito con una sonrisa muy proactiva.
martes, 17 de junio de 2014
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