Un esquiador dadaísta nunca clavará sus uñas en el centro de una cebolla. En su lugar, el esquiador irá despojándola con los dedos como palillos chinos y acto seguido la dejará desnuda en la fuente que hay en el centro de la plaza Rotschild junto a Casanueva. Al ser dadaísta, el esquiador bailará en círculos con cuidado de no pisar los reflejos de luz que proyecta la hortaliza suspendida sobre el obelisco de agua violeta.
El esquiador, dadaísta converso, acudirá a diario a recoger las semillas de azul que mueren en la base del chorro y con ellas volverá a plantar liliáceas a lo largo de un lustro. Al ser dadaísta, el esquiador hará brotar dos lágrimas oscuras en los ojos de una mujer que se llama Grecia y con ellas regará los barbechos en el tercer mes de octubre. A continuación, el esquiador vestirá un traje elegante y caerá rodando por la ladera plagada de almejas.
Un esquiador, si es dadaísta, concibe el proceso como un fin luctuoso en sí mismo. El esquiador, por ser dadaísta, prefiere olvidar la entidad de las cosas antes que recoger lo sembrado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Coño, hoy me he acordado de este blog.
Publicar un comentario